"La fina lluvia empujada por el viento le rociaba el rostro..." ¿Cuántas veces nos ha pasado esto? Últimamente a mí muchas. ¿Será porque el clima está cambiando? ¿Será porque estamos en invierno y en nuestra tierra suele llover durante estas fechas? ¿O será porque Aquae Sulis ha esparcido su magia por todos los rincones de nuestra tierra?

Esto último, con ser literario, no deja de ser un pensamiento mágico sin relevancia alguna, pero, al menos, sirve para adornar el lanzamiento de mi primera novela, en la cual el agua cobra especial protagonismo. Tanto es así que hasta el título de la historia sobre la que me dispongo a escribir contiene dicho concepto: el agua.

El agua forma parte de nuestras vidas. Es más, sin ella no podríamos vivir. Para mí ha sido un elemento importantísimo. Siempre me he sentido a gusto en su presencia y no podía iniciar mi novela sin hacer referencia a ella. 

Sé que muchos preferirán el sol, el calor y la sequedad persistente del verano. Otros disfrutarán cuando, en la primavera, el sol moldea con su luz la hierba, favoreciendo el silvestre florecimiento de la naturaleza hasta que a finales de junio adopta un color parduzco que no nos abandonará, según el año, hasta octubre o noviembre, e incluso más.

Pero yo adoro sumergirme en ese medio. Tener la sensación de adentrarme en otro mundo donde el sonido deja de llegar con tanta nitidez como en tierra adentro. Me encanta caminar a través del ambiente húmedo que nos da un olor a fresco cuando la tormenta ha dejado bajo nuestros pies una fina película de agua, que en algunas depresiones del terreno se transforma en charcos.

Será porque en mi tierra el agua es una infiel amiga que me recuerda a aquellas personas que un día son los mejores amigos del mundo y el siguiente apenas si te conocen. Será por eso. El caso es que mi primera novela se llama Aquae Sulis.


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